Era casi al
atardecer, desde su ventana se podía ver el mar. Se sentía aprisionada en su
pequeño apartamento de apenas 50 metros cuadrados. Abrió la ventana, deseaba
que una ligera brisa entrase para acariciar sus mejillas, pero en cambio se
encontró con una bocanada de aire caliente, como suele suceder en las tardes de
verano.
Cerró tímidamente los
ojos, deseando que llegase la noche para poder encontrar un poco más de frescor
en el ambiente. Apenas estuvo unos instantes así, cuando sonó el teléfono móvil.
No tenía ganas de ir a buscarlo. Sólo
deseaba algo de fresco, mientras, con los ojos cerrados, respiraba
pausadamente, intentando sentir paz en su alma.
El teléfono ya dejó
de sonar, volvió a respirar profundamente, sintiendo el aire en su estómago.
Esta paz sólo le duró unos segundos, pues el puñetero teléfono volvía a sonar
de nuevo. Pensó por un instante que si
no lo cogía volvería a estar sonando así durante toda la noche, y eso sí que
iba a ser un tormento. Con pereza dio un
par de pasos hacia la mesa de noche, estiró su mano y cogió el pequeño móvil
que no paraba de sonar.
—
Dígame.
—
Hola, ¿cómo estás amor? — contestó una
voz masculina al otro lado de la línea.
Por un instante quiso
morir, también deseó volver unos segundos atrás en el tiempo y no haber cogido
esa llamada. Su mano le temblaba… su voz
también.
—
Bien, y tú,
¿qué tal te encuentras? — preguntó con temor, sintiendo como su estómago quería
jugarle una mala pasada.
—
Estoy aquí,
en la ciudad, apenas a unos metros de tu casa, ¿te vienes a tomar un café?
Ella no cabía ya dentro de su cuerpo. Cada vez estaba más nerviosa. No
paraba de decirse a sí misma que no volvería a caer en el error, al menos otra
vez con la misma persona no.
—
Ya es un
poco tarde, no tenía pensado salir de casa. Además ya no vivo en el mismo
barrio.
—
Lo sé. Sé
que te mudaste hace unos meses. Por eso te comenté que estaba justo a unos
metros de ti —comentó él con su tintineo de voz habitual.
—
¿Cómo has
averiguado donde vivo?
—
Casualidades
de la vida. Esta misma mañana me encontré con Marta y me dijo que te había
ayudado a hacer la mudanza. También...que quemaste todas nuestras fotos.—Tras estas
palabras se hizo un eterno silencio, aunque en el tiempo sólo duró unos
segundos.
—
Es cierto,
te informaron bien. Cuando dejo algo atrás lo hago para siempre.
—
No seas
rencorosa. Si al final no acabó tan mal. Ambos tuvimos nuestra libertad, cada
cual obtuvo lo que deseaba.
—
¿Estás
seguro de que yo quería ese tipo de libertad? — preguntó ella, dolida.
—
Fue lo que
hablamos, tú misma me dijiste que debía tomar una decisión, debía comprometerme
con algo. Te hice caso. Seguí mis sueños.
—
¿Y llevas
ya esos sueños en tu mochila?— esta vez, su tono de voz era algo irónico.
—
Bueno, sólo
te he dicho que te hice caso y perseguí mis sueños. Busqué y busqué, pero no
hallé la paz que creí encontrar. Y mira que miré hasta debajo de la tierra,
sobre los árboles, dentro de un millar de libros — Ahora el tono de burla era
el de la voz de él.
—
¿Que no
hallaste qué…?
—
Que no
hallé la felicidad que buscaba. — se hizo una pausa de silencio— Bueno, ¿qué?
¿vas a bajar a tomar un café o me invitas a tomarlo en casa?
En este instante ella ya estaba
temblando completamente. No podía olvidar su mirada, el roce de su piel, las
miles de sensaciones que habían vivido juntos, que habían compartido. No sabía
qué hacer. La decisión debía ser rápida.
—
Bueno,
vale, espera 15 minutos y estaré ahí. Exactamente en ¿en qué cafetería estás?
—
No he
entrado aún en ninguna, estoy en plena calle, así que te llamaré dentro de un
cuarto de hora.
Cuelga el teléfono. Se dirige presurosa a la ducha, mientras se va
quitando la camisa por el camino; ahora se desprende de sus bragas a la vez que
desabrocha el sujetador. Está muy nerviosa, dolorida, malhumorada, aunque llena
de ilusiones otra vez… y también excitada, muy excitada… lo comprueba al verse,
de bruces, ante el espejo. Sus pezones apuntaban desafiantes... cual pitones de miuras en el ruedo. Sonrió,
no se sentía así desde hacía muchos meses; bueno, concretamente desde hacía un
año, dos meses y doce días, la última vez que hizo el amor con Lucas.
Abre presurosa el agua caliente, se intenta relajar un poco bajo la
ducha; toma el champú en sus temblorosas manos y lo extiende por su
lacia melena, mientras las yemas de sus dedos acarician su nuca. Con los ojos
cerrados casi parece que los dedos que la estaban masajeando eran los de su
amor perdido, ese que ha vuelto hace unos instantes a su vida, pero que ella
quiere tener al otro extremo del mundo.
Abre el grifo con más fuerza aún, quiere parar esos pensamientos, quitarlos
de su cabeza y prueba a intentar que el agua se los lleve a través del
sumidero. Cierra el agua de nuevo y se aplica un poco de suavizante en el
cabello. Coge el gel de ducha, su favorito, aroma a melocotón… también es el
favorito de Lucas. Una vez que tiene una porción del tamaño de una nuez en sus manos,
las frota suavemente, y comienza a esparcirlo por su cuerpo.
Su mente vuelve a volar de nuevo. Sus manos han ido directamente a sus
axilas, comienza a acariciarlas con ese ligero toque de jabón, a la vez que
llega a sus pechos y tropieza con sus pezones erectos aún. Ahora no puede parar de
acariciar sus senos, recordando como eran devorados en antaño, una y otra vez,
produciéndole unas corrientes de placer que recorrían todo su cuerpo. Cerró los
ojos e imaginaba que era Lucas quien estaba a su lado, acariciándola, besándole
el cuello. Sintiendo todo su fuego alrededor del cuerpo, compartiendo unos
grados de temperatura que el recorrido del agua por la piel con conseguía
bajar.
No quería pensar en ello… Se seca una de las manos y enciende la radio
que tiene colgada en la pared del cuarto de baño, a un par de metros. Pone la
música a todo volumen… y vuelve al plato de ducha… Se ubica frente al grifo,
deja su rostro bajo él, el agua fluye, cosquillea toda la parte delantera de su
cuerpo, mientras ella acaricia sus nalgas… Sus dedos comienzan a juguetear en
el jardín prohibido.
Mientras, Lucas llega al portal donde vive la joven. Afortunadamente —o
desafortunadamente, según se mire— iba bajando una muchacha que se le quedó
mirando, encandilada, a sus maravillosos ojos verdes. Él aprovechó el paso de
la joven para entrar en el portal. Miró los buzones, y pronto supo cuál era el
de Isabel. Tenía la costumbre de no poner nombre en el buzón. Sólo existían
tres buzones con el número de la puerta. Descartó el del bajo, pues no le gusta
el ruido de la calle. Descartó también el tercero, pues nunca le gustó ese
número, así que sólo quedaba el 6ª Dcha... Además, él estaba seguro de que a
ella le gustaban las alturas, observar a la gente desde la distancia, inventar
en su imaginación pequeñas historias sobre las vidas de los transeúntes que veía pasar
por la calle, y nada mejor que el último
piso para ello. Se habían conocido un 6 de Diciembre, ¿quizás no pudo haber
elegido esa vivienda por recordarle uno de los episodios más hermosos de su
vida?
Se dirigió al ascensor, tuvo que esperar unos instantes, y mientras
Lucas recordaba como había conocido a Isabel. Era domingo, ambos habían ido a
comprar unos regalos de reyes para sus sobrinos. Casualmente los niños querían
el mismo videojuego, llegaron a la vez al vendedor a pedirlo… y sólo tenían uno en
existencia. Los dos pensaban que el otro estaba casado y el juguete era para su
hijo, así que se lo cedían el uno al otro constantemente, pensando que la mayor
alegría de un padre el día de Navidad era ver a su hijo abrir un paquete con el
regalo favorito en su interior. Al final decidieron dejarlo pendiente en el
comercio y esperar a que el proveedor trajese otro a la tienda. Estuvieron
desesperados esperando la llamada del comerciante hasta el mismo 24 de
diciembre, y volvieron a encontrarse ese día en la misma tienda, cada uno con
su videojuego. Decidieron después de la aventura tomar una copa para brindar
por la Navidad y allí confesaron —para sorpresa de ambos, pues ya comenzaba a
existir cierto “olor” a Cupido en el ambiente— que el regalo era para un
sobrino y que ambos eran libres, no tenían pareja.
El ascensor se paró en la sexta planta.
Tocó el timbre de la puerta D, esperó unos instantes y nadie salía a
abrirle. Estaba nervioso, se desesperaba… Recordó que Isabel tenía la costumbre
de dejar la llave bajo la alfombra. La buscó
con rapidez, pero no halló nada. De repente sus ojos se posaron en una planta
junto a la puerta. Levantó la maceta y allí estaba… La tomó entre sus manos e
intentó abrir sigiloso. Sus piernas comenzaron a temblar. Desde el fondo del
apartamento se escuchaba la música a todo volumen. Sabía que no debía
actuar así, pero algo en su interior le obligaba a hacer caso a su corazón.
Se dirigió al fondo, hacia donde estaba la música; por el camino vio un
sujetador y un tanga arrojado sobre la cama; no había perdido su costumbre de
quitarse la ropa interior y tirarla con todas sus fuerzas por cualquier sitio,
cayese donde cayese, poniendo a la vez cara de malicia….
La puerta del baño estaba entreabierta. Observó por unos instantes como
se duchaba, y no pudo más, fue imposible contenerse.
Presuroso se quitó los zapatos, casi sin pensarlo. Mientras desabrochaba
su cinturón, los vaqueros,... parecía casi que lo hacía todo a la vez. En unos
segundos estaba sólo con sus calzoncillos. Miró divertido su entrepierna: se le formaba, por momentos, una tienda de campaña ante sus propios ojos…
Ya no podía más, se los quitó casi sin pensarlo, y los soltó al otro
lado de la cama, junto al sujetador de Isabel. La visión de ambas prendas
juntas le trajo buenos recuerdos. Parecía que el último año no había pasado,
que fue ayer mismo cuando se dejaron.
Sonaba “Nada sabe tan dulce como tu boca” de Ana Belén y Víctor Manuel.
Isabel intentaba aún relajarse, bebía a pequeños sorbos el agua que salía de la ducha y a la
vez la dejaba caer de su boca entreabierta…
Ya estaba bastante relajada, absorta en la música, cuando de repente
sintió una calidez inusual detrás de su espalda. No quiso pensar, no quiso siquiera
darse la vuelta a ver qué pasaba. Ella sabía muy bien…. Ella conocía ya aquella
sensación.
De pronto otras manos se posaron en su cintura, mientras que unos labios
lo hacían en su cuello. Quiso girar la cabeza, pero otra detrás suyo, se lo
impedía mientras ya estaba besando sus hombros…
Las manos recorrían, ávidas, sus muslos, dirigiéndose rápidamente hacia
su interior. En ese instante la tomaron por un costado como si estuviese
bailando, y dio un giro de 180 grados. Ya estaba frente a frente con Lucas.
Ambos comenzaron a besarse apasionadamente, mientras sus cuerpos ardían en
calor.
Él notaba en sus dedos la humedad y el fuego que salía del interior de
Isabel, mientras sus pezones aún desafiantes,
¡qué digo aún! erectos como nunca antes pudo comprobar, le apuntaban en el mismo
pecho.
Ambos cerraban los ojos por un instante, y al momento los volvían a abrir, como no creyéndose lo que sucedía. Él levantó el muslo derecho de la joven, con suavidad… la llevó muy despacio hacia la pared de azulejos, ya a una temperatura bastante agradable por el correr del agua caliente sobre ella, con un leve impulso y tras adelantar un poco su rodilla derecha, le levantó la otra pierna y logró sentir todo un pozo de placer que cubría su alzada y traviesa masculinidad….
Los gemidos, acompasados, se confundían
con el ruido ensordecedor de la música y del agua al caer. Isabel no quería creer
lo que le estaba pasando, prefería pensar que era un sueño. Había jurado y perjurado
no volver a caer…al menos con alguien que le había causado tanto dolor… ¡¡pero placer,
cuánto placer le estaba produciendo en estos instantes!!.
Para qué contar más…. Todos ustedes tienen en su mente lo que está ocurriendo,
ahora les toca decidir qué final le daremos. ¿Los dejamos juntos por una eternidad?
Me da que no, que eso no suele ser real. Lo normal hoy en día es echar el polvo y despedirse como buenos amigos, pero, tomemos
una decisión diferente, dejemos que ellos decidan…
Inma Flores. 2012 ©
Inma Flores. 2012 ©
Me encanta lo bien que reflejas cada situación, tu descripción y tu manera tan elegante de dar forma a los personajes pero, no sé, será que estoy harto de leer sobre lo mismo todos los días que no me acabo de creer la historia ¿y de eso se trata no, de creerse uno las historias que escribes? Creo que la culpa de todo la tiene el que a pesar de ser hombre, me siento "muy feminista" y cada vez que leo un relato dónde una mujer vuelve a caer en las redes de quién, supuéstamente, la menospreció en su día, me "rayo". En fin, no me hagas caso, soy un "tiquismiquis"
ResponderEliminarla verdad es que me encanta como escribes, aunque no me guste la historia que has contado.
Ah, ¿Y este blog tan chulo, por que no en bloger?
Gracias por tus comenarios Francisco Javier. Me encanta rodearme de gente que opina y habla sin tapujos, es una buena forma de crecer. Tu comentario me recuerda a un antiguo profesor de historia del instituto, al que le gustaban las alumnas "femeninas, no feministas", muy buenos profesores tuve casi siempre. ¿Será esta historia sin terminar el fruto del sentimiento de alguien muy romántico? Pués sí, esta historia está aún sin acabar; cada cual le puede dar el final que desee. Con 20 años —mis 20 años— podría volver como una posesa enamorada y enganchada a ese algo que llaman "pasión", y ya con 45, a vueltas de la vida... igual tomaba cartas en el asunto quizás por un sólo instante, y "que me quiten lo bailao". Seguir una relación con el que vuelve, la tercera opción... ahí habría que poner una balanza y el resto de los datos está en la imaginación del lector.
ResponderEliminar¡Gracias de nuevo!