El reto de este mes de noviembre: No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo
de ella. —De
Elbert Hubbard. —Propuesta por Frank
Spoiler.
Tendrás que cambiar
si deseas un cambio.
Llevaban casi
veinte años casados. No habían podido tener hijos, a pesar de ser uno de los
grandes sueños de ambos. El tiempo, sin
querer, se les había escapado entre obligaciones.
Primero desearon
tener una gran casa; cuando consiguieron dar la entrada, había que amueblarla.
Por supuesto, que el coche tenía que estar acorde con la vivienda, y por
supuesto la ropa de marca que vestían.
Entre una cosa y
otra, se les fueron los primeros lustros.
Después llegó la crisis y los problemas laborales. No era momento de
flaquear, de dejar de dedicar tiempo a mejorar laboralmente, pues algunos de
sus amigos habían sido despedidos recientemente, y si eso les sucedía no
podrían mantener el estatus que tenían.
Todo iba bien,
hasta que la empresa contrató a un nuevo
gestor. Era un hombre joven, de unos 37 años —cinco menor que María, su
esposa—, y que siempre tenía una sonrisa prendida de su rostro.
Poco a poco notaba
como el carácter de María iba cambiando, se cuidaba más, se arreglaba mejor, y
poco a poco se había ido impregnando de esa sonrisa contagiosa.
¡Cómo le odiaba!
No sabía cuándo le había comenzado a odiar… pero le odiaba.
Le hacía
responsable de la pérdida de su esposa. No podía pensar que él mismo tuviese la
responsabilidad por no haber cuidado su
estabilidad matrimonial.
— Ya son las siete de la tarde… No volveré
esta noche. Dormiré en un hotel. No soportaría volverla a ver y saber que está
pensando en otro — se dijo a sí mismo, mientras se dirigía a la playa.
Se bajó del
vehículo, se dirigió a la entrada de la playa y allí se descalzó. Comenzó a
caminar por la arena, mirando al
horizonte. Sin darse cuenta caminó dos
kilómetros, despacio, zapatos en mano… y con un solo pensamiento en su mente:
No volver a casa jamás.
Notaba cómo las
lágrimas se estaban intentando escapar de sus ojos… Paró, se sentó un poco alejado del agua, se
tumbó hacia atrás, y comenzó a recordar viejos tiempos. En realidad, los
instantes realmente felices fueron muy pocos.
De repente notó
cómo algo se acercaba. Era un perrito, que llegaba juguetón a su lado, y su
dueña corría detrás de él.
Sin quererlo, la
joven lo llenó completamente de arena. Él puso cara de estar perplejo, y ella rió
a carcajadas.
— Disculpe. Se me escapó Whiskie y si no se
llega a parar a jugar con usted, no lo cojo en toda la tarde — comentó la muchacha, divertida.
— No se preocupe —comentó Fabián, nuestro
protagonista— Me encantan los animales.
— ¿Tiene alguno?
— No, no tengo ninguna mascota —contestó con
tristeza.
— ¿Y niños? Esos sí que son complicados de
controlar…
— No, tampoco niños — contestó más triste
aún.
— ¿Y qué le trae por esta playa a esta hora
si no es pasear a un perro o jugar con los niños? — tuvo el descaro de
preguntar Katty.
La cara de
tristeza de Fabián fue respuesta suficiente para Katty, que tirando de la mano
del joven, comenzó a intentar correr,
llamando a su mascota:
— ¡¡¡Vamos, Whiskie!!!
Al comienzo le
costó seguir a la joven, pero pronto inhaló fuerte y siguió corriendo de la
mano de ella, esta vez con una mejor sonrisa.
— ¿Lo sientes? Para que exista un cambio, tú
has de comenzarlo. Cambia y tu entorno cambiará — comentó la muchacha.
— Tienes razón — dijo Fabián—, esta vez con
los ojos llenos de vida.
— ¡No se
tome la vida demasiado en serio. No saldrá vivo de ella, se lo aseguro!
—dijo Katty— mientras se dirigía a la orilla del mar, para, juguetona, mojar al
joven…
Lo que ocurrió
después es otra historia… ¿me ayudas a contarla?
Irene Bulio © 2014
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