El mejor ansiolítico.
Se bajó de la guagua. Hacía frío; tanto que sentía la rigidez en sus mejillas.
Apoyó a su hijo contra su pecho para que sintiese
su calor y no se despertase. Como pudo abrió la puerta de casa. El bebé no se
despertó. Estaba agotada.
Una vez que depositó al niño en su cuna se dirigió al
botiquín, tomó una pastilla y la puso en su boca, preparó un vaso con agua
y, acto seguido, tiró la pastilla a la basura.
No podía permitirse el quedarse
dormida; estaba sola y sabía que Carlos, su “medicina” para vivir, despertaría
pronto.
Irene Bulio © 2015
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